A esa hora de la tarde ya no importaba el ruido de la calle, el rumor de las personas, ni el monóxido de los carros y las combis, mientras Herbert estaba sentado y ansioso, pensando en “La Delgada Línea Roja” y esperando a Patricia que, en ese momento estaría cruzando la calle Delgado con su traje de Secretaria puntual, avanzando a grandes trancos entre la gente para llegar también puntual hacia donde estaba él, Herbert, el amor de su vida y su realidad, que a esa hora estaba sentado y ansioso, pensando en “La delgada Línea Roja” y esperando a ….stop.
¿Por qué conspiramos contra la naturaleza? ¿Tiene la naturaleza un poder vengador? ¿Acaso no es necesario decir la verdad? Estas ideas provenientes de la película misma y de la música atormentaban a Herbert, pero a la vez lo ennoblecían. Suponía que Terrence Malick, el director de la película se reiría quizás de él, pero suponía mal porque sabía que Terrence lo comprendería perfectamente, ya que para dirigir esa película también habría pasado por una guerra similar aunque de mayor envergadura y necesidad poética, evidentemente de necesidad poética y también de denuncia atroz contra la guerra y la misma humanidad, no había comparación. Herbert pensó que la vida era injusta porque esa film no había ganado el Oscar a la mejor película, y ya empezaba a odiar a “Rescatando al soldado Ryan” y a Spielberg por haber hecho una película sólo para encandilar a los norteamericanos, patrioterismo puro, y hacernos acordar de pasada las cucarachas que somos. Tontería total. Terrence era Terrence y también Hanz Zimmer.
La música en Sol menor seguía resonando en su cabeza y Herbert encendió un cigarrillo. Sí, era la música de Hanz Zimmer lo que le hacía reflexionar y la tarde caía más de prisa. Aspiro y pensó: ¿Por qué conspirar contra la naturaleza? ¿Tiene la naturaleza un poder vengador, no uno sino dos? El cigarrillo se insertaba deliciosamente en ese recinto extraño, único y se desvanecía y renacía como el Ave Fénix. Ahora después de algunas pitadas había que matar ese cigarrillo que en esos momentos lo crucificaba aun más. Lo tiró al piso y apretó suavemente con la punta de sus zapatos extraños para darle un final de antología en el momento del último suspiro. Pero ¿acaso resucitaría? Patricia estaría a punto de llegar y él la amaba, la necesitaba aunque ya la guerra lo estaba ganando y la música avanzaba lentamente como en ese campamento japonés. “La Delgada Línea Roja”, nominada a 3 Oscar de la academia. Le robaron el Oscar a Terrence Malick y la música, sólo la música en mi cabeza, en mi corazón, en mi hígado, en mis pies, hay que darles alas a la imaginación,sí Hanz Zimmer qué gran composición has hecho, qué genialidad y qué injusta puede ser la vida, qué injusta, la música, la mítica música lo hacía estremecer y dos lágrimas más cayeron de sus ojos hasta convertirse en torrente inagotable de dolor. Patricia estaría por llegar. Se limpió la cara con su pañuelo e intento no pensar más. Pero no iba a capitular, eso era obvio, sólo el que muere esta capitulando.
Ahora todo lo comprendía en este momento. Avanzando a grandes pasos, Patricia llega y se abalanza en sus brazos: Herbert apenas la mira relajado, casi rendido con la música ya en todo su cuerpo. Se sostiene como puede en sus pies de soldado o de músico soldado y se enfrenta a Patricia en ese única guerra eterna de un segundo, donde las líneas melódicas y los acompañamientos envolvían el cuerpo de esa mujer y a él definitivamente lo fusionaba con la naturaleza para luego morir en acción, como todo un héroe, porque era necesario decir la verdad, la música lo dicta.
-¿Qué es lo que pasa amorcito?-, le dice ella con voz suave- ¿Por qué no me das un beso?
Hebert la continúo mirando, silencioso, durante unos segundos más. No importaba ni el ruido ni las sombras casi muertas de las gentes, de los perros, de los árboles moribundos de otoño. Ahora a esa hora casi nocturna había que decirle, la película lo dictaba, la música le dictaba, ese engranaje perfecto de arte y poesía, y amor y odio. Había que buscar los gestos, los ademanes, los signos misteriosos del perdón y el olvido. La noche ya ganaba su propia guerra y él estaba listo para el instante supremo. Terminar, fin, porque la guerra es un crimen, porque en tan solo ese momento, único e irrepetible, ya tenía alzado el Oscar a la mejor película y a la mejor música, sí, más la música..
-Ya tienes tu melodía- dijo Herbert- y partió para no volver nunca más.
Agosto del 2006